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Viernes, 29 de marzo de 2013
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Fragmento de "Amor y odio. El tormentoso matrimonio de Sonia y León Tolstoi" de William S. Shirer.



 

FRAGMENTO DE (WILLIAM S. SHIRER) AMOR Y ODIO. EL TORMENTOSO MATRIMONIO DE SONIA Y LEÓN TOLSTOI




Recomendó que la pareja se separara hasta que Sonia se recuperase. Ella se mostró indignada. ¡No iba a separarse de su marido, con el que llevaba viviendo cuarenta y ocho años, por nada del mundo! Eso significaría simplemente entregarlo en brazos de Chertkov.




Me han partido el alma, me han dejado exhausta a base de torturas [escribió en su diario] y ahora han llamado a los médicos: Nikitin y Rossolino. ¡Pobrecillos! No saben cómo curar a alguien que ha sido mortalmente herido por todos lados. Al principio, los médicos recomendaron que León se marchara en una dirección y yo en otra: no sabían adónde. Después, cuando acepté pero estallé en sollozos al ver que todo el objetivo de los que me rodeaban era el de separarme de León Nikoláievich, los doctores, ante mi impotencia, se pusieron a consultarse mutuamente




Le recomendaron que tomara baños, caminase más y procurara no ponerse nerviosa. "De risa, sencillamente": así calificó ella sus consejos. El día siguiente empezó a tener sospechas sobre la razón por la que habían convocado a los médicos. "¿Los habrán llamado", se preguntó en su diario, "para que certificaran que estoy loca?" En cualquier caso, consideró inútil su visita. Tolstói también. Se alegró de ver marcharse a los médicos la mañana siguiente. "Rossolino", escribió en su diario, "es asombrosamente estúpido, pero de forma docta: no tiene remedio".




Ahora bien, el anciano tenía otra cosa en que pensar y que le preocupaba. Dos días antes, el 17 de julio, se había marchado a hurtadillas a hacer algo de lo que no se había atrevido a hablar con su esposa. Chertkov había llegado a la conclusión de que el testamento de Tolstói, redactado en su casa de Kriékshino el año anterior, no era seguro. Había legado toda su propiedad literaria a su hija Alexandra, que había accedido a entregársela a Chertkov. Pero Sasha había estado delicada de salud últimamente y Chertkov temía que, si fallecía antes que su padre, el anciano nombrara heredera literaria a su esposa. Naturalmente, Sonia nada sabía del contenido del testamento, si bien había empezado a intuir su existencia. Chertkov quería que se cambiara el testamento para que estipulase que, si Alexandra fallecía antes que su padre, los derechos de autor, a la muerte de Tolstói, pasarían a Tania, la hija mayor. Así se había hecho y entonces Tolstói se trasladó a Teliátinki a firmar el nuevo testamento.




"He ido a casa de Chertkov", anotó en su diario el 17 de julio.




"Todo ha ido bastante bien."




Pero Sonia sospechaba algo. Si su marido, escribió en su diario el día siguiente, 18 de julio, le había ocultado sus diarios, algo habría en ellos que consideraba necesario ocultar. Cuando Tolstói regresó de ver a Chertkov, Sonia le preguntó. ¿Le había sido infiel de algún modo? Cierto era que se habían depositado los diarios de los diez últimos años en un banco de Tula. Pero León seguía escribiendo su diario y a diferencia de lo que hacía en otro tiempo no se lo enseñaba. ¿Qué secretos estaba anotando en él? Su marido, dice, le aseguró que nunca le había sido infiel.




¿Tendría Tolstói expresión de culpabilidad cuando tranquilizó a su esposa? Acababa de regresar a su casa cuando ya Chertkov estaba insistiéndole para que firmara otro más, porque su abogado había considerado incorrecto el del 17 de julio. Según informaba al maestro, había omitido la necesaria expresión jurídica de que, cuando había estampado su firma en él, Tolstói estaba en su sano juicio y no le fallaba la memona.




De modo que hubo que organizar otra reunión para que Tolstói firmara el testamento revisado. Tenía miedo de volver a la casa de Chertkov, no fuera a ser que su esposa lo siguiese. Cuando salió para su diario paseo en su caballo favorito, Délire, Sonia no sintió particular recelo. No sabía que él había concertado una reunión secreta en el bosque de Zasieka con tres emisarios de Chertkov. Le iban a llevar el testamento revisado para que lo copiara de su puño y letra y lo firmase. Eran Goldenweiser, el pianista; Serguéienko, amigo íntitno de Chertkov; y el secretario de éste, un joven llamado Radinski. Tolstói fue el primero en llegar, se apostó en un montículo y esperó bastante impaciente a los conspiradores, que se habían retrasado. Por fin llegaron y Goldenweiser atisbó al anciano patriarca, que llevaba, dice, una "blusa blanca [ ... ] y cuya larga barba ondeaba con la brisa". Atravesaron un campo de rastrojos de centeno en busca de un lugar en el que no fueran observados y se internaron en el bosque. Pronto Goldenweiser descubrió un tocón de un árbol talado y le pareció que sería un lugar adecuado para que Tolstói escribiera. Con arreglo a la legislación rusa, la persona que hacía testamento tenía que escribirlo de su puño y letra. Sentado en el tronco, Tolstói empezó a escribir, a copiar la redacción de los abogados. Pero en la penumbra del bosque no veía bien y pidió a Goldenweiser que le dictara el texto.




"Parecemos conspiradores", dijo en determinado momento, tras hacer una pausa, y después concluyó el documento. Los otros lo comprobaron y encontraron una falta de ortografía, pero, cuando Tolstói iba a corregirla, Goldenweiser lo retuvo. Temía que cualquier corrección invalidara el documento. De manera que Tolstói lo firmó tal como estaba y los tres testigos pusieron su firma. En una sociedad en la que era importante indicar la identidad de cada uno de los testigos, Goldenweiser se calificó de "artista", Serguéienko de "ciudadano" y el joven Radinski de "hijo de un teniente coronel".




Cuando empezaron a montar en sus caballos, Tolstói dijo: "¡Qué duro ha sido todo esto!" Parecía sentirse culpable de expresar su última voluntad a espaldas de su esposa y de sus hijos -excepto Sasha, que estaba al corriente- y también de que él, que aborrecía la autoridad del Estado, estuviera confirmando los principios que lo fundamentaban al escribir un testamento legal y reglamentario que estaría sujeto a autenticación por los tribunales del Estado una vez que él hubiera desaparecido.




Tolstói debió de sentirse culpable, porque en el testamento había vuelto a incumplir su promesa de conceder a Sonia los derechos relativos a todo lo que había escrito antes de 1881. En aquella redacción final legaba a Alexandra todo lo que había escrito y pudiera escribir aún, incluidos "las obras dramáticas, las traducciones, las revisiones, los diarios, las cartas privadas, los borradores, los apuntes y las notas: en una palabra, todo sin excepción".




Sonia y sus hijos quedaban completamente al margen, pues, aunque dejaba todas sus obras a su hija Alexandra, ésta había accedido a entregarlo todo a Chertkov. Por si acaso había alguna duda al respeto, Chertkov se presentó el día siguiente en Yásnaia Poliana e indujo a su mentor a firmar un codicilo en el que declaraba que, a su muerte, se pondrían a disposición de Chertkov todas las obras de Tolstói, sin excepción, para que las preparara para su publicación y las editase como gustara.




Sonia pensó que allí había gato encerrado. El impresionable joven Bulgákov lo notó. "Me asombró", escribió posteriormente, "la intuición de Sofia Andréievna. Parecía sentir que algo espantoso e irreparable había sucedido". Aquella noche escribió en su diario: "Sofia Andréievna parece barruntar los problemas. Otra vez hay algo que le desagrada y mantiene a toda la casa en estado de tensión, como si esperara que algo fuera a estallar de forma angustiosa e inesperada. [ ... ] Se encontraba en un estado espantoso, nerviosa y alterada, ha estado descortés y hostil contodo el mundo".




Todo el mundo estaba tenso y abatido, proseguía Bulgákov.




"Chertkov estaba más tieso que un poste y con cara de mármol." Fue una noche terrible. En la cena, cuenta Sonia, su marido se enfadó con ella, "alzó la voz y empezó a decir cosas desagradables".




Años después, Sonia volvió a su diario del 22 de julio y añadió en los márgenes: "León N. escribió su testamento aquel día. [ ... ] Después de escribirlo, ya no podía mirarme a los ojos con serenidad. Estaba irritable conmigo y sospechaba que yo estaba hurgando entre sus papeles y buscando algo. [ ... ] Estaba alterado por haber escrito el testamento sin que lo supiera su familia".




Su nuevo martirio inspiró a Sonia la decisión de marcharse. "He decidido marcharme, aunque sólo sea por un período breve", escribió en su diario el 25 de julio. El día anterior había oído de pasada a Tolstói y a Chertkov hablar en voz baja en el despacho del escritor.




"¿Estás de acuerdo con lo que te escribí?", había preguntado Tolstói. "Desde luego, estoy de acuerdo", respondió Chertkov.




"¡Otra conspiración!", confió Sonia a su diario. "¡Señor, tened piedad de nosotros!"




Cuando, según dice, pidió con lágrimas en los ojos a León que le dijera de qué "acuerdo" estaban hablando, "puso expresión hosca y lastimosa y se negó con tozudez a decirme nada".




Tolstói confirmó en su diario del día 24 lo que había pasado:




No nos dejó en paz ni a Chertkov ni a mí. [ ... ] Pero me levanté y le pregunté a éste si estaba de acuerdo con lo que le había escrito. Ella acertó a oírme y me preguntó a qué me refería. Le dije que prefería no contestar y se marchó, alterada y nerviosa.




A partir de aquel día, escribió más adelante su hijo Serguéi, empezó a sospechar que su marido había escrito un testamento secreto. "Empezó", añadía, "a descubrirlo de toda clase de formas". Esa búsqueda, llevada a cabo espiándolo constantemente y fisgando en sus papeles -y el rencor cada vez mayor que ese comportamiento inspiraba a Tolstói-, condujo inexorablemente al capítulo final en la vida del gran escritor.




En la mañana del 25 de julio, Sonia empezó a hacer su equipaje.




Aún no había decidido adónde ir: tal vez simplemente a un hotel de Tula o a su casa de Moscú, que llevaban años sin habitar. Sacó de su gaveta su pasaporte, un revólver, una ampolla de opio, unos cuantos rublos y "material de escritura", según dice, y se preparó para marcharse. Pero primero tenía que escribir una carta a su marido para explicarle por qué se iba y después, naturalmente, un comunicado a la prensa. Quería que los periódicos supieran la verdad sobre por qué abandonaba a su marido, con el que había vivido cuarenta y ocho años. Sasha, ante la cual acudirían los periodistas, no iba a decir la verdad. La otra noche, sin ir más lejos, le había escupido. Como tampoco iba a contar su marido la versión de ella sobre la historia: sólo la de él.




A León le escribió lo siguiente:




¡Adiós, Liovochka!




Gracias por mi antigua felicidad. Me has sustituido por Chertkov. Los dos acordasteis algo en secreto. [ ... ] Los médicos me recomendaron que me marchara y ahora lo hago y tú tienes toda la libertad del mundo para concebir secretos y celebrar reuniones con Chertkov. Pero yo no puedo soportar ni ver nada de eso por más tiempo. No puedo. [ ... ] Me he agotado a base de celos, sospechas y pesar, porque te me han robado para siempre. [ ... ]




Escupida por mi hija y rechazada por mi marido, abandono mi hogar durante el tiempo que Chertkov ocupe mi lugar y no regresaré hasta que él se haya ido. [ ... ] Que te vaya bien y que seas feliz con tu amor cristiano a Chertkov y a toda la Humanidad... con la única excepción, a saber por qué, de tu desdichada esposa.




Para el comunicado de prensa ella misma escribió el titular: "Se pueden verificar los hechos en el sitio". Y conviene señalar que escribió una crónica animada, periodística, pero sin la menor objetividad, y que su ingenuidad resultó conmovedora.




En la apacible Yásnaia Poliana ha sucedido un acontecimiento extraordinario. La condesa Sofia Andréievna ha abandonadosu hogar, en el que durante cuarenta y ocho años ha atendido amorosamente a su marido y le ha entregado su vida entera. La causa es que León Nikoláievich, debilitado por la edad y tras caer completamente bajo la influencia del señor Chertkov, ha perdido toda su voluntad, ha permitido al señor Chertkov hacer comentarios groseros a Sofia Andréievna y constantemente lo consulta en secreto.

 


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David Alhambra


    
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